29/1/14

Pero la juventud también es tristeza, aunque eso se recuerde peor o se tienda a desplazar al último término de la fotografía para pensar que no existió o simplemente fue alguien que pasaba por ahí en ese momento y dudó si mirar a cámara o seguir su camino con el rostro ladeado. Y lo es en la medida en que devuelve una imagen tras el espejo que no acabamos de identificar. ¿Soy yo? ¿Mis ojos miran así? Juventud y eternidad son sinónimos. Pertenecen a una misma familia, pero alguien de su círculo se dedica a escondidas a pintar un árbol genealógico con las ramas quemadas mientras ellos bailan en la otra parte de la casa. Pensada en frío, tal situación podría considerarse una infamia. Por eso el pintor no aparecerá en escena hasta mediada la función, cuando ya el espejo se haya arrinconado, la aguja del tocadiscos dé vueltas sobre un surco vacío y el sujeto haya obtenido una engañosa soberanía acerca de su identidad. Llegado ese momento no recordará nada. Las sombras que planearon sobre su cabeza no serán visibles y sí otros sucesos más felices que confirman las mejores destrezas de la biología.