29/1/14

Las urbanizaciones contemporáneas deben su existencia a las fortificaciones que se levantaban en medio de la nada para protegerse de los demás. La Historia de la Humanidad está edificada sobre el miedo a los que nos rodean. Hoy los únicos enemigos son los residentes de la urbanización de al lado, que, al pasar por la verja apartan unas ramas de brezo para comprobar si esa piscina es más grande que la suya o si realmente los que viven allí parecen alcanzar niveles similares de felicidad con menos esfuerzo. Como en toda fortificación, se establecen normas que son comunicadas en folios de grueso gramaje con textos cuya sintaxis siempre es atropellada y parece haber sido dispuesta por un oficial aturdido por el sonido de las balas. Un rumano viejo, empleado de una compañía de seguridad privada, escucha la radio en la caseta. Debido al contacto con su uniforme, acaba por pensar de sí mismo que es un militar con el privilegio de la condescendencia hacia otros inmigrantes de rango inferior que conducen furgonetas de reparto o traen sobres y se plantan ante ellos con una especie de ridícula pleitesía colonial. Dentro, más allá de los ladrillos jaspeados en tres tonos de ocre, se esconden los propietarios. Muchos ven la tele a la misma hora mientras les llegan las voces de otros que cantan cumpleaños feliz o discuten por teléfono con sus hermanos por una herencia mal repartida mientras mueven los brazos y les ven aparecer y desaparecer por su ventana como si estuviesen representando una obra de la que nadie ha sido capaz de escribir el final. Cuando se acuestan escuchan ruidos misteriosos: cargadores de móviles que hacen clac al otro lado de la pared, grifos efusivos que parecen abrirse solos de madrugada, perros que ladran de noche, bebés que muestran su extrañeza por estar en este mundo de la única forma que les fue dada. Toda esa suma se comprime en una palabra y hasta se podría decir que en un mismo tipo de luz, amable y agria, densa y escurridiza, que se repite hasta el infinito de todos los a diario que seamos capaces de pronunciar.