21/1/14

En ocasiones esa fuerza es tan grande que me pone en pie y me busca un papel en la oscuridad para que escriba antes de que se vaya. Lo mejor aparece siempre a esa hora. La noche. ¿Qué quieres?, me pregunta una mujer. ¿Por qué me haces venir cada día a este portal a esperarte? No puedo decirle que muchas veces la confundo con mi propia vida. Precipitaría su marcha. O mucho peor, su desinterés. Ella abre las pausas esperando mi acercamiento. Intuye palabras temblorosas, una confesión sexual mientras mis ojos resbalan por sus medias. Pero no. Sólo quiero que subamos al tercer piso y entremos en una casa, le digo. Las maderas del suelo producen el único ruido de este mundo que soy capaz de entender. Lo único que quiero es que me acompañes. No podría estar solo allí arriba, ni cruzar el pasillo, ni que mi mano torpe descorriera las cortinas de la sala. ¿Qué quieres de mí?, vuelve a repetir la mujer. Que no me dejes nunca, contesto. No me saldrás ahora con que soy tu musa. No lo eres. Mejor, me reiría. Creo que eres un punto blanco en medio de un planeta negro y grande. Te inventé para descubrir algo. Tu galeón con proa de mujer, ¿no? Puede. Pasé muchos años tallándote para las tormentas. Cada mujer lleva una tormenta dentro. Y cada hombre debe encontrarla si quiere descubrir quién es. ¿Te quedarás siempre? No lo sé. Nunca le preguntes eso a una mujer. Si te dice que sí estarás tan cerca de la verdad como si dice que no. Nada ni nadie quiere durar tanto. Llegará un día en que llegues a este portal y no esté. Y regresarás confundido a tu cama y de nada habrá servido la fuerza que te puso en pie para buscarme.