11/12/13

Se puede contar una vida pero no se puede contar la vida. ¿Qué es? La música melódica tiene una teoría: la vida son momentos. Bien. Un acercamiento sin efectos secundarios para los que les guste apoyarse en la cola del piano con una copa de champán en la mano y la vista perdida en la superficie verdosa de la piscina. Pero esa definición se queda pobre si la analizamos en otro lugar. A diez mil kilómetros del planeta, asomados a la ventana de una nave o en una plataforma espacial pensaríamos que la vida es una anécdota minúscula dentro de una pelota azul: líneas que forman continentes, masas de nubes, la atmósfera y sus vapores que funcionan como visillos de seguridad entre el infinito y la mirada. La vida en una galería subterránea que huele a gas. La vida en una guerra. La vida conectado a una máquina que respira por ti. La vida en un barco que se hunde. La vida en la Antártida. La vida de un ciego que quiso mucho a alguien. La de un loco. La vida de los que ponen café en los aviones. En una cárcel. La de los tiranos. La de los que viven en Bratislava. Una vida ridículamente corta en Macedonia. Tánger. Brindisi. La de los que creen en Buda. La vida de los que dejan correr hormigas por la palma de su mano y luego las devuelven al suelo. Un minuto antes de morir deberíamos rellenar un cuestionario de esos que hacen las marcas para medir la satisfacción de sus clientes. ¿Cómo definiría la vida? ¿La viviría de nuevo? ¿Qué destacaría? ¿Cómo definiría su existencia? ¿Le influyó la incertidumbre? ¿En qué medida? Muchas gracias por su tiempo.