12/12/13

El desencanto es una región que se atraviesa andando. El paisaje y las casas no cuentan. Se diría que no están, que no hay nada salvo lo que cada uno tenga a bien imaginar mientras sus pies dejan de pertenecer al cuerpo y pasan a convertirse en dos perros lazarillos adiestrados por un extraño que no quiere lo mejor para ti. No te asustes si en un escaparate ves una tarta de cumpleaños con la curiosa capacidad del habla, cubierta quizás con una capa de crema sarcástica que te recuerda tu edad a gritos. Ten en cuenta que el desencanto es una tierra de nadie (esta vez es cierto), el escenario de un western en el que el protagonista se persigue a sí mismo para matarse. Vas andando. El sol está tan cansado como tú, pero él sigue arriba y tú abajo. Actuáis como los desconocidos que han llegado a ese punto en que la ignorancia mutua no encierra reproches. Siento no poder contarte mucho más o contarte precisamente esto cuando esperabas otra cosa. No me hagas decir que en cada guitarra se esconde una canción, por favor. Sé que te gusta pensarlo, como lo de la mujer que volaba con su paraguas en la película que viste de pequeño. Ese tipo de informaciones ya no tienen sentido aquí.