19/12/13

Escribirás, dijo la rata, te revolcaré por moquetas de oficinas que guardan el secreto de la tristeza para que te empapes bien. Y escribirás, ya lo creo que escribirás, porque te vendaré los ojos y cambiaré tu nombre, te daré vueltas, escucharás voces y escribirás. Cuando lo crea conveniente te daré una patada en el culo y te mandaré a otra con menos luz. Celebrantes de sus propias religiones te tumbarán en su mesa de juntas para diseccionarte como en la lección de anatomía del Dr. Nicolaes Tulp. ¿De dónde le vienen las palabras?, dirán mientras escarban con sus instrumentos en tu carne, explorando mientras Rembrandt les mira, descubriendo lo que los torpes esperan encontrar: un rubí que gire en el aire, el causante de la belleza, un elemento exógeno, no gástrico, elemental y confuso como la vida. Y al despertar escribirás. Querrás hacerlo para que deje de quemar, para salvarte de un incendio al que te invitaron por mail, estimado xxx, le esperamos, y luego su nombre en rojo, como el de un bar al que no irías. Cuando llueva te tenderán trampas sentimentales de mal gusto y pensarás que las gotas de agua son letras: la b, la a, un reguero, después una cascada, polifonía de enanos que aprendieron algunos trucos para enrevesarte. Romperás el espejo y saldrás corriendo de esa selva. Mientras tu ropa se seca escribirás y después también. Lo harás para no gritar. Lo harás para aprender a hacerlo. Abrir la boca, cerrar los ojos, que salga, vomitar lo que de otra forma no saldría. Hacerlo hasta que duela tanto que confundas tu existencia con una estación de metro llena de muertos que van a caballo.