8/12/13

Desearías un protocolo más visible entre el día y la noche. Quién no. Incluso los que ahora mismo niegan con la cabeza y se apartan del texto como el que evita a alguien que habla solo en una acera. La decepción incluye bochorno. Te manchas las manos. Se trabaja muy de cerca. Aquí no valen miras telescópicas ni opiniones anotadas en la espalda de una foto. Lo que hay entre el día y la noche es lo mismo que entre tú y la vida. La frontera es inexistente pero infinita. ¿Cómo lo podríamos llamar? ¿Cuántas jornadas a caballo tardaría un hombre en dar la vuelta a su mundo? El tiempo se encarga de todo mientras respiras. Mueve las cosas de sitio. Asesina. Separa. Decide. A veces coge tus cosas. Abre un pintalabios y lo huele. Esto es ser mortal, piensa. Cierras los ojos intentando comprender, pero no hay ninguna fórmula ni palos con los que atrancar la rueda. Entre la luz y su ausencia queda alguien que se parece a ti, el capataz de tus dedos, la pulsión, las palabras: sobras del día que envuelves despacio para que mañana coma algo tu cabeza. Odio reconocer esto, quizá tú también, pero vivir es como entrevistar a la oscuridad con un micrófono de madera.