9/12/13

Algunas tardes pasa un rebaño de ovejas frente a los ventanales de mi despacho. Va tomando fuerza la idea de escribir algún día un libro sobre todos los sitios en los que he trabajado. A lo mejor debería llamarse así: Todos los sitios en los que he trabajado. Hablaría de moquetas, de máquinas de café, de techos con goteras y otros plagados de islas de luz fría. También de ventanas, cristales y balcones. Pero sobre todo de lo que fui allí, de lo que pude pensar mientras asistía atónito a ese desfile de paredes cambiantes que ahora parecen atrezzo de teatro. No sería un libro de personas. No me interesa. La belleza (de dar con ella) estaría en los espacios físicos, en el rastreo de los escenarios que me sirvieron de envase para conocerme. Si Ulises regresara a Troya querría escuchar el mar como lo escuchaba en su tienda de campaña y recordar el color exacto de las murallas cuando salía el sol y las puntas de las lanzas brillaban. En aquel piso de Alonso Martínez había despachos cerrados y a medida que avanzabas hacia el fondo de la casa podías sentir que la mayor grandeza de la vida es que sea extraña, difícil de explicar con descripciones convencionales, una experiencia que tiende obsesivamente a la dislexia. En la Avenida de Burgos aprendí a diferenciar atardeceres y comprendí, con ejemplos tangibles, que después de un tren siempre pasa otro, hecho que desdice sentencias populares de pésimo gusto referidas a que sólo pasan una vez. Es necesario haber trabajado en muchos sitios para saberlo. En Barcelona tuve un despacho en una torre. Daba a un jardín al que el presidente de la agencia no dejaba entrar. Ejercía de amo de sus propias prohibiciones en un calabozo verde. No sé si le hacía feliz decretar tales medidas, pero, ¿qué más da?, ya he dicho que no quería hablar de personas. No me interesa. Ese señor desapareció de mi curiosidad a los diez minutos de conocerle, ¿por qué iba a personarse ahora? Recuerdo paredes blancas, mamparas y miradas que las recorrían como laberintos sin salida, con puntos enigmáticos que al unirlos con el dedo formaban una frase: ¿quién soy? Seguro que me dejo muchos. Busca, memoria. Mientras, miraré por la ventana para ver a mis ovejas pasar.