16/12/13

Acabo de ver un anuncio que investiga la conexión emocional de los embutidos con la patria. El marketing es esa lengua amorfa con la que las marcas se comunican con nosotros: conversaciones de autómatas incapaces de soltar un buenos días decente, monólogos que ningún príncipe danés diría ni aun sabiendo que al hacerlo resucitaría su padre asesinado. Esta Navidad, Campofrío nos devuelve a las tinieblas o simplemente nos recuerda que seguimos en ellas. La posguerra. Los cincuenta. Los trenes llenos de andaluces que iban a Francia a recoger uvas. Las maletas de cartón. Estrellita Castro y Chus Lampreave. Adiós mi España querida. Los incombustibles cómicos que huelen a chorizo rancio aunque hayan hecho películas con Almodóvar. ¿Cuándo dejaremos de ser esto? Parece que la culpa nos persiga como a esos protagonistas de las novelas negras. Me pregunto qué habremos hecho. Lo peor de todo es que es cierto. La única diferencia con aquellos tiempos es que ahora tenemos wifi y teléfonos en los que escondernos de los demás. Después de ver un anuncio así yo también quiero ser extranjero (lo exijo), pero de los que no se echan atrás ni entran llorando al bar a despedirse de nadie. Que mi bocadillo se lo den a otro. O a un perro.