28/12/13

A veces pienso que todo lo que he escrito es mentira, que no soy yo, que era un mosquito que se había colado en una radio antigua y desde allí dictaba sus discursos para nadie. No sé si alguna vez te ha pasado: estar en la cama escuchando por casualidad música sacra en una emisora que parece haberse elegido sola y empezar a reírte sin motivo, como si en ese momento te dieses cuenta del ridículo, de todo lo que ese mosquito ha inventado y de las pelucas que te ha obligado a llevar. Escuchaba una cantata y me veía a mí mismo subido a un coche de choque intentando chocar con el impostor que había robado mi nombre. Quizá sea muy tarde para hablar de todo esto, pero estaba en la cama y he pensado: puede que todo lo que haya escrito hasta ahora sea mentira y obedezca a una pulsión ajena. Si no estuviera lloviendo saldría a dar un paseo. Caminaría hasta donde acaban las urbanizaciones y empieza el campo. La noche tendría que decirme algo. No hablo de saber la verdad, esa ya la sé sin tener que mojarme. Me refiero a las señales que la viola de gamba, el bajo continuo y el clave me intentaron dar hace un momento. Subía al cielo y me reía. Estaba en mi propio entierro y me reía. Alguien prendía fuego a los papeles que tengo escritos y me reía con tanta fuerza que Bach resucitaba y me preguntaba qué cojones pasaba, por qué ese escándalo de risas en una noche tan poco indicada. No sé si alguna vez te has visto como yo caminando por el filo de algo cuya naturaleza desconoces ni sabes por qué precisamente sobre ella has decidido trazar tu camino. Sólo sé que ciertas cosas nos empujan. No llegan ni a la altura de intuiciones. Lo más parecido sería cuando estás en medio de una multitud y la propia inercia de los pasos de los que te rodean camina por ti. Pero miro alrededor y no veo a nadie. Hay algo en todo esto que me gusta pero me da miedo. Habrá que seguir riendo.