18/11/13

Otro día estábamos en Guatemala. Hacía un calor pegajoso y subíamos unas ruinas. Resbalé y me caí de culo sobre una piedra. No soy un gran aventurero. Sé que no me elegiste por eso. A más de un kilómetro de casa no valgo mucho. Pero dentro soy una chimenea que se mueve. Me acerco a las niñas. Miran mis llamas. Se pueden tocar. Soy su perro guardián de fuego, y el tuyo, un Salinger 2.0 fabricado en Corea y especializado en tareas de compañía. La Navidad es una perversión comercial, como casi todo, pero no importa. También lo es la cultura, estos libros, la basura que producimos, nuestros barrocos sueños que acabamos rumiando como partidos en diferido que de tanto verlos ya ni suena la sintonía de la champions cantada por sus ángeles cerveceros. Muy pronto hasta el horizonte estará patrocinado por alguien. Me gusta pensar en ti mientras giro en mi rueda de hámster triste. Estábamos en Guatemala y me caí de culo. Otro día no llevaba las gafas y paré un coche de policía municipal creyendo que era un taxi. Otro día nevaba y Alba era tan pequeña que daban ganas de gritar. Debería pegar todos estos trozos en una pared. Más higiénico que la escritura. Otro día estabas conmigo corriendo por la terminal de un aeropuerto y no encontrábamos la puerta. Singapur, Frankfurt, Miami, no sé cuál era ni tampoco sé quién soy si me paso muchos días sin mirarme en tu espejito mágico oficial para payasos sin fortuna, mi vida, radar para locos que tiemblan y más cosas que no estaría bien decirte aquí. Me dolió el culo una semana entera. No volveré a subir a una ruina maya por mucho que sea una ciudad sagrada de nombre Xultún, con dioses que estarían viéndome mientras masticaban frutos secos. Sentados en sus butacas de piedra pensarían: mira, esto es la actualidad, parece divertida.