8/11/13

Los matrimonios se convierten con el tiempo en sectas. Hasta la forma de caminar por la calle acaba siendo una condensación a cámara lenta de la forma de ser de ese nuevo ente que nace de la suma de dos personas. Yo duermo en el lado izquierdo de la cama y también camino a ese lado cuando voy contigo. Las leyes locales de la relación se apoderan de los actos y los someten en una costumbre silenciosa. Mis pasos son más cortos. Incluso cuando los viernes por la noche salimos a tomar algo noto que los tuyos también se relajan pensando que ha acabado la semana y pueden permitirse levedad. Otro otoño contigo. Mis piernas se entregan a la biomecánica y me dejan huecos grandes para no pensar en nada, sólo observar las luces encendiéndose y el color de las hojas que asoman por las tapias y las verjas de las casas, la tonalidad morada que deja por todas partes la noche cuando liquida al que vino antes que ella. Sé que moriré, pero ahora no importa. En las novelas de Henry James los matrimonios toman té juntos. El autor se empeña en hacernos escuchar el sonido de la porcelana al posarse en el plato. Lo demás es ruido y conversaciones que se mantienen con el mismo espíritu del niño que pasea con un globo, conocedor del placer y del poder que le otorga saber que sólo tiene que abrir la mano para que el hilo escape. Vivir es contemplar un fuego, piensa ella mientras se cepilla los dientes. Al fondo de la casa está la otra parte de su cuerpo cerrando los ojos ante un televisor que todavía no ha aprendido a apagarse solo.