11/11/13

Los lunes es normal sentirse como un plato de cerdo agridulce que mira al cielo y dice: ¿y ahora qué? ¿qué glorias polvorientas tienes hoy para mí? La casa de este lunes, además, huele a crema de calabaza caliente. Las bendiciones no acaban aquí. Descubro por casualidad (no hay otra forma) a Alberto Masa, aquí en Facebook, en la tierra de las postales de Dios te ama y las fotos de gatos que bailan vestidos de sevillanas. Alberto ha sido el regalo de este lunes para la ridícula porción de cerdo bañado en salsa roja translúcida que soy. Tizón estará contento. Y Bolaño también, donde quiera que esté con su hígado plastificado e inútil, al vaivén de una cólera que asciende por las escaleras mecánicas del cielo, Alberto, seguro que tú has subido: hay un lago y un embarcadero y un hombre que dice ser Él y lleva bigote, o si no un día vienes conmigo y te lo enseño. Espero que vengan muchos otros lunes con sus orfebrerías de bar barato y horizonte de platos combinados con roña y tanta tristeza que no habría en el mundo ninguna pastilla efervescente lo suficientemente grande para librarnos del dolor de cabeza. Llegará un día en que nos crucemos en un aeropuerto de camino a las cosas que nos darán de comer: la literatura española en el siglo veintiuno, el fin de la autoficción, nuestros primeros recuerdos pornográficamente explicados ante un micrófono que se acopla y una sala llena de mujeres-flor que nos soñarán rudimentariamente con forma de abeja. Así sucederá. Hazme caso. Ese día te recordaré mis palabras: te leí por primera vez un lunes de noviembre que mi casa olía a crema de calabaza.