29/11/13

Al tomar el camino contrario se encontraría con poca luz y mosquitos. Muchos se lo advirtieron antes del viaje: no tomes el camino contrario, hay poca luz y mosquitos. Pero no les hizo caso. Además, ¿tanto cuesta llevar en la mochila un frasco de repelente y una linterna? No entendía cómo los que le intentaban disuadir tampoco eran felices haciendo el camino correcto; y sin embargo no se cuestionaban tomar el otro. Corrían muchas leyendas sobre el camino contrario: puentes cortados, dragones que vivían en gasolineras abandonadas, monstruos planeadores que practicaban sus acrobacias sobre ciudades que se acostaban cada noche tiritando de miedo. ¿Qué hay de malo en una simple exhibición aérea? Las autoridades locales podrían construir gradas en las afueras para que acudieran las familias. Gradas con antorchas. Y quizá músicos. Y que hubiese puestos de comida humeante y poetas improvisados que ayudasen a la gente a transformar todo ese pánico en belleza. ¿No es esa nuestra misión?, se preguntó. Puede que el camino contrario estuviese plagado de trampas y de escenarios que fueran difíciles de olvidar mucho tiempo después de ser vistos cuando uno se limita a recordar cosas delante de una ventana y tiene que cerrar los ojos con fuerza para que ciertas imágenes se esfumen y otras aparezcan. Pensó cómo sería él en ese momento. Se vio sentado junto a un radiador, esperando la llegada de las filmaciones que el tiempo quisiera proyectarle. Con los párpados pegados con toda la fuerza de que era capaz comenzó a ver su película: un hombre caminando con una linterna por un páramo. De fondo se escuchaba el zumbido familiar de los mosquitos.