17/11/13

Abrí los ojos y no era yo. Tenía unas tetas grandes y duras. Eran falsas, pero aun así estuve un rato tocándolas ceremoniosamente. Me levanté de la cama y recorrí la casa. Me quedé quieto frente a un espejo veneciano que había en el pasillo. Pelo caoba, unos cincuenta años, tetas falsas, depilada. Después fui al salón. Sobre un aparador había fotos enmarcadas. Yo con María Dueñas. Yo con Julia Navarro. Yo con un hombre gordo vestido como un millonario en domingo. Cogí un libro que había sobre una mesa de café. La de la foto era yo. Me llamaba Deborah Wish. Mi nombre estaba escrito en relieve, letras doradas y una tipografía que me asustó. Volví a dejar Este largo mundo sin ti sobre la mesa, muy despacio, como una bomba que no deseaba que explotase. Bajé unas escaleras. Había una piscina climatizada y un gimnasio y una cama balinesa con dosel. Me seguía un perro ridículamente pequeño. Seguía desnuda. Seguía siendo Deborah Wish. Quizá siempre lo fui y no me di cuenta. Pero, ¿por qué precisamente esa mañana me había levantado dentro de ella? ¿Dónde estaría mi otra vida? ¿Qué pasó con ese que se llamaba Luis Acebes y escribía poesías de reflexión y vanguardia, según dijo la reseña de Casa del Libro en su web? Entré en su estudio. Abrí su portátil. Quería escribir. El documento de Word me miraba desde su vacío blanco. Amanda Sharw condujo al amanecer hasta la villa de Richard. Sentía que su corazón tenía algo que decirle, algo que llevaba años celosamente guardado. ¿Qué hacía escribiendo eso? No podía parar. Me levanté de un salto y salí corriendo. No sabría decir cuánto tiempo corrí ni a dónde me dirigía. Atravesé carreteras y bosques, un río seco, dos centros comerciales, un aeropuerto, tres gasolineras, una urbanización en obras, un lago, un circo de acróbatas chinos con una grúa que montaba la carpa. Corrí tanto que me desperté sudando. Volví a tocarme las tetas. Eran las mías. No eran falsas.