29/9/13

Mientras escribía ayer sobre la foto que encontré de mi madre, tuve la sensación de no contarlo todo o de haber hecho un corte brusco cuando imaginé el tiempo como bloques sombríos apilados en un puerto a la espera de ser cargados. La escritura acaba gobernando a la mano y se extiende o calla por medio de una voluntad propia que muchas veces ignoramos. Escribes y alguien te tapa la boca a la vez que te señala hacia otro lado. Hasta aquí, parece decir de pronto, no me interesa que sepas más, que no sea conocido lo que mi luz nunca ha alumbrado. Coaccionado por la existencia de ese hilo incandescente e invisible, dije que ningún barco estaría dispuesto a tal viaje: cruzar océanos con la bodega llena de tiempo, ¿qué ruido harían de noche cuando todo a su alrededor permaneciera en calma y sólo el bufido fantasmal de su interior nos recordara que allí dentro hay vida que se niega a morir? Cada persona somos uno de esos barcos. Lo malo es que nadie nos pregunta si aceptamos la carga. De motu propio o por obligación llenamos nuestra existencia de tiempo y lo transportamos torpemente hacia delante o a los lados, dependiendo del viento y las corrientes que hacen cambiar el curso de todo. La solución fácil la proponen los manuales de autoayuda que dicen: suéltalo, tíralo, abre tu mochila y vuelca su contenido en el primer contenedor que veas. El positivismo de consumo rápido se olvida de que, además de vísceras y contradicciones, estamos hechos de tiempo. Sería como sacarnos el coxis y tirarlo a la papelera o utilizar nuestra sangre para regar alegremente el jardín. Nuestra naturaleza contiene dimensiones que se desarrollan hacia espacios que desconocemos. El horizonte, el reloj, los calendarios o los puntos cardinales son sólo artificios inocentes creados para conseguir un simulacro de estabilidad. El tiempo, entendido como esa gran puerta invisible por la que pasamos sin darnos cuenta, será siempre el motor de todas las angustias y también el único paraíso al que puede ir la mente en sus recreos. Soy un barco (enfadado y feliz) que transporta fotos, palabras, flores secas, balones manchados de barro, brillos de lámparas de techo, olores, muertos, velas que se apagan a cámara lenta y armarios que se abren solos y muestran la ropa que usaba la vida antes de que mis pasos retumbaran por aquí.