18/9/13

Como en una obra de Molière, vemos surgir de entre las piedras (o quizá de entre las mamparas de pladur de tantas oficinas) un nuevo perfil humano: el hombre corporativo. La proliferación del lenguaje empresarial ha pervertido el lenguaje personal. Resulta triste asistir a conversaciones o reuniones de amigos en las que ciertos asistentes plantean su discurso como su fuese un mensaje corporativo. Pero, ¿corporativo de qué? Imagino que de sí mismos. Me recuerda al mal de Alonso Quijano, solo que en vez de libros de caballerías es debido a la intoxicación de manuales de empresa, tediosas presentaciones en power point y libros de autoayuda que te empujan a ser tu propia marca. Llegará el día en que para contar lo que has hecho el fin de semana haya que hacer un árbol de contenidos y una minuciosa arquitectura de información. Hice un break por la montaña porque: a) me sentía estresado, b) mejoro mis porcentajes de fondo físico, y, c) mi generación de endorfinas regula al alza mi control emocional (como podemos ver en este gráfico). El que no pase por el aro quedará como un rústico desubicado que come tajadas de queso a la sombra de un castaño. Todo sea por salvaguardar la identidad y saber vender nuestras ventajas diferenciales en un mundo tan artificial, zafio y tediosamente competitivo.