17/7/13

Me gusta despertarme a veces muy pronto en verano cuando la casa huele a mujeres dormidas. Ese olor mezcla el recuerdo de su marca de suavizante con las vaharadas de sus respiraciones, creando ráfagas dispares que intuyo cuando cruzo el pasillo. Ese aire que sale de sus pulmones, como de una feria desconocida y luminosa, es tan distinto al mío que solo puedo imaginarlo desde fuera. Los pájaros hacen sus ruidos desde lugares que tampoco puedo ver. Parecen disfrutar de la hora más temprana del día antes de que el calor lo ahogue todo con su insidia. ¿Qué se puede hacer en una casa recién amanecida mientras el mundo se va acoplando de nuevo a sus engranajes y comienza a circular dubitativo por la carretera en la que se desplomó ayer? La vida, a estas horas, parece obligar a las simetrías. La mía, por ejemplo, me ha llevado a una explanada del Rif en la que mi abuelo dormía arropado únicamente con su guerrera del cuerpo de infantería de 1923. Los cielos norteafricanos serían menos densos por esta época que el que me cubre a mí ahora. Quizá la calima difuminase las intenciones de la propia guerra, que a veces se convierte en un monstruo celeste que a diario dicta o escribe su voluntad. Pero no es la luz lo que me ha hecho abandonar la contemplación estática de las cosas en este momento semi silencioso, o al menos no siento que sea la causante de que haya dejado de escribir mentalmente para hacerlo físicamente. La primera forma siempre gana a la segunda: es más profunda, menos enfática; sabe avanzar ligera por donde debe sin pararse cada trecho para subirse a una piedra y soltar discursos. Una mañana de Julio como esta, mi abuelo se despertaría en una tierra extraña y observaría los cadáveres de la noche anterior como yo observo ahora el reflejo del sol en los toldos del edificio de enfrente. Suena un disparo de cañón a varios kilómetros. Su eco resuena como el trueno que desciende vanidoso por la ladera de una montaña. Desde aquí he podido oírlo casi cien años después. Ahora debo parar y regresar a la escritura mental: conlleva menos peligros para el silencio de las que aún duermen.