15/7/13

La casa se defiende tan mal del calor como yo de la tristeza, con la misma pasividad de un niño que es fusilado a diario y que, por ese motivo, ya no encuentra legitimación para el miedo ni razón para rebobinar el aparato endeble y misterioso de la memoria. Es así como me dispongo a casi todo. Mi mente es poco refractaria a los envites que llegan a oleadas y que debo disimular con palabras de cortesía u otras de adhesión al micro mundo que me acoge y en el que sus nativos (a veces con cariño y otras con tenacidad de monja de otra época) me han enseñado a decir: pásame el pan, te quiero o qué bien huele el jabón que compraste ayer.