2/7/13

Cuántos matrimonios, felices y no tanto, habrá apañado ese comentario para sí mismo que se hizo Dios al ver que Adán estaba rodeado de bestias del campo, aves de los cielos, ganado y demás bichos, todas criaturas catalogadas por Él mismo, a las cuales miraba el hombre mortal un poco atónito y con la pereza recién inaugurada que muy pronto nos caracterizaría a todos. No es bueno que el hombre esté solo, dijo la voz en off por la megafonía del Paraíso, al ver que solo había fabricado un sexo de la especie. No velaba por su entretenimiento ni hubo razones románticas en su observación ni mucho menos buscaba atajar las críticas que pudieran tildarle de machista en un futuro. Pensaba en la pervivencia del modelo. Un solo hombre no podía hacerse cargo de todo aquello. ¿Qué hacer? ¿Fabricar millones como él y que el mundo entero acabase oliendo como el vestuario de un equipo de fútbol turco? Se le ocurrió corregir el fallo haciendo de traumatólogo amateur mientras Adán dormía. Le arrancó una costilla. No hay excesiva bibliografía de cómo se desarrolló la operación ni de lo que usó como anestesia. El caso es que de ese pedazo de hueso se inventó a su compañera. ¿Solo yo tengo curiosidad por saber cómo lo hizo? Le haré ayuda idónea para él, esas fueron sus palabras mientras afilaba el instrumental, poco más se sabe de lo que le empujó al quirófano de campaña en medio de la noche. Hizo una hoguera muy espesa. Reunió, en torno suyo, a un círculo de lobos que soñaban en secreto su fracaso y festejaban ya en el brillo de sus miradas los despojos consiguientes, mientras las altas manos separaban tendones y crujían huesos. A la mañana siguiente, el hombre sin costilla se despertaría y se palparía el hueco o, en el mejor de los casos, el costurón. Después contemplaría a su compañera, la mágicamente obtenida de él, bendición lumbar que iluminaría su vida con -a ratos- disgustos pero, en general, con momentos memorables. Esa fue la única vez que ambos estuvieron de acuerdo en algo. Tras el postoperatorio, hombre y mujer llegaron a la conclusión de que Dios tenía razón.