23/6/13

Necesitamos inventar un orden que desaloje el vacío y después creer en él. Hacerlo no impedirá que más tarde, al abrir los ojos, veamos la realidad: ese pulpo de proporciones exageradas que en cada tentáculo zarandea una parte del mundo que conociste. Hoy puede que le toque bailar al edificio que albergó tu primer trabajo y que un día se quemó y desapareció para siempre junto con todo el pasado que no tuviste tiempo de clasificar. Por un momento crees que puedes regresar y que tus ganas de que se materialice de nuevo su estructura serán suficientes para verte paseando por sus plantas vacías. Hay máquinas de escribir eléctricas que parecen barcos de otra época, anacronismos de ciencia ficción que permanecen a la espera de regresar adonde fueron creados. Logotipos a los que juraste lealtad en una emocionante ceremonia de infantilismo. Dársenas de papeles amarillentos flotando entre días estancados. Tu inocencia expuesta como un suvenir en la muesca escrita con tu nombre en una mampara. La moqueta espesa. El aspirador cromado. La lentitud amistosa de lo que permanece inerte. También hay vasos con cerveza caliente que alguien olvidó recoger y ceniceros sucios que siguen manoseando la armonía de lo recordado. Incluso suenan canciones. Sus ecos han abovedado el silencio hasta convertirlo en una gruta que espera tus pasos para que le devuelvas la realidad que perdió. Cuando te alejas del escenario te das cuenta de que el pulpo eres tú: un monstruo enfadado que reniega del tiempo y utiliza su memoria de sonajero.