21/6/13

La sociedad del entretenimiento está basada en el amontonamiento compulsivo de experiencias intrascendentes que actúan como apósitos invisibles para que nada nos haga pensar. Mientras hablemos de lo que burdamente nos rodea estaremos a salvo, y el sistema también. El mercado quiere que veamos, no que observemos. Ojos abiertos y mirada plana. La profundidad lleva a la reflexión y esta a la duda. Incluso en la peor universidad del mundo saben que los dilemas no son buenos clientes. La única parte de nuestro yo que les interesa es la ranura marsupial en la que guardamos las tarjetas de crédito. Lo malo es que esta perversión se ha convertido a su vez en una subcultura, en ideología de escaparate y romanticismo 4G que pretende convencernos –por ejemplo- de que la nueva felicidad es esta soledad luminosa que nos ofrecen los aparatos.