11/6/13

Me gusta cuando acabamos de cenar pronto en verano y aún es de día. Anoche el cielo parecía tener una de esas pegatinas transparentes que les ponen de fábrica a las pantallas de los móviles. Esperaba el delicado movimiento de nuestra uña para empezar a existir, para dejar de ser un paisaje y convertirse en un familiar orgánico o un benefactor anónimo que sabe apreciar la felicidad a distancia. Y así lo hicimos. Después nos tumbamos los cuatro en la cama a hacer pulseras mientras en la tele ponían una serie de hombres lobo adolescentes. Los diálogos nos hacían gracia. Mireia se reía mientras sus dedos trenzaban lanas de colores. Éramos la versión contemporánea de Las Hilanderas. Creo que Velázquez nos hubiese pintado de nuevo y hubiese tenido en cuenta ese cielo tan desprecintado e infinito y la luz de sueño que reflejaba en la habitación. Qué sencillo parece todo cuando no le pides grandes explicaciones a nada.