10/6/13

Exageración.

Un día, las voces más prometedoras de la literatura europea del siglo xx se juntaron en un aeródromo a las afueras de Berlín. Ninguno de ellos sabía exactamente quién les había convocado pero todos decidieron, más por vanidad que por corporativismo, que debían acudir. Los que ya estaban muertos de hace años tenían un aspecto extraño, como si llevasen trajes prestados o tuviesen algo en la mirada que les impedía relacionarse fluidamente con los demás. Los de Europa del Este eligieron el rincón en el que entraba el sol por una gran claraboya desvencijada; hacían corrillos y se frotaban las manos como en los primeros días del final de una guerra. Los más septentrionales permanecían mudos y estáticos, haciendo ver que su genio les tenía cautivos en un cuerpo que sin duda despreciaban hondamente. Lo cierto es que allí dentro habría más de treinta mil almas, sin contar los muchos que habían decidido deambular por las pistas de aterrizaje abandonadas a la espera de que pasase algo. Los escritores más habituados a la sátira fueron los primeros en sospechar. Uno de ellos pensó: ¿cómo es posible que seamos tantos? Incluso creo haber visto a un escritor de libros de cocina que salía por televisión en los ochenta. Justo cuando estaba acabando de oír su propia voz interior reconoció a pocos metros a un escritor que también había sido editor. Se acercó a él y le preguntó si sabía algo. El anfibio literario bajó la vista y no dijo nada. Su dignidad era incapaz de afrontar que muchas veces engañó a sus lectores cuando ponía en la solapa de todos los libros que editaba que su autor era, sin duda, una de las voces más prometedoras de la literatura europea del siglo xx.