24/5/13

Si Dios tuviese un director de comunicación en condiciones, y no esos sucesivos ancianos de gorro puntiagudo que dicen ser sus emisarios en la Tierra, sabríamos de buena mano sus planes con más claridad. Tampoco ayuda que Él mismo se esconda tras números de magia de “padre, hijo y paloma entran en un sombrero y luego salgo yo”, que nada ayudan a esclarecer y que le colocan a la altura de un David Copperfield raro que nunca actuará en Las Vegas. Ese responsable de comunicación haría hoy una rueda de prensa para explicar la postura divina respecto al tipo que mató a cuchilladas a otro en Londres y que después, con las manos ensangrentadas, se dirigió a las cámaras para contar que lo había hecho porque, en el contador de muertos por causas religiosas, el Islam iba perdiendo. Quizá tras la comparecencia a los medios se reuniría con el director de marketing de Dios para pensar una acción que sustituyese la muerte por la vida y que difundiese la fe como un acontecimiento de masas explotable comercialmente. El resultado estaría cerca de una Champions de la Fe en la que cada religión mayoritaria contaría con un equipo que compitiese en liguilla contra los demás. No hace falta decir que ni Sintoístas ni Adventistas del Séptimo Día pasarían de octavos y que solo los equipos de religiones poderosas llegarían a la final. Pero habría himnos y banderas. Habría grandes marcas detrás, apoyando su difusión en las principales cadenas de televisión del planeta. Sería perfecto. Los beneficios se repartirían entre todas las religiones participantes, según porcentaje de fieles, y servirían para expandir su labor humanitaria. Eso es lo que faltó. Que alguien cualificado hubiese hablado antes con el negro de los cuchillos de carnicero para contarle todo esto antes de que sus manos se tiñesen de sangre.