23/5/13

Hemos vuelto a la España que huele a aparador de abuela con manteles rancios y al estado mental de las canciones de Manolo Escobar que se oían por el patio mezcladas con el aroma de los garbanzos rehogados del día anterior. Un país que españolea, como decía aquel jingle del whisky segoviano que se escuchaba en el carrusel deportivo cuando volvías del campo en el Seat 124. Hemos vuelto a los setenta pero con el dinero de los cuarenta. Esta involución nos pasará factura cuando se acabe la crisis y nos despertemos en una Europa que nos mirará como a la prima ñoña de provincias que lleva vestidos hechos por ella y con la que nadie quiere bailar. Es una pena. Nuestro empobrecimiento va mucho más allá de lo económico. Empobrecemos moral, cultural y espiritualmente. Nuestra miseria alcanza cotas que nunca hubiésemos imaginado en un país que un día tuvimos la tibia ilusión de ver progresar. Ni los goles que marque Iniesta vestido de rojo ni los podios de Alonso bastarán para devolvernos el orgullo esta vez.