6/5/13

El tiempo es el culpable de que cometamos tantos errores con los que tenemos cerca. Un día nos hacemos una imagen de alguien y, a pesar de los años transcurridos, seguimos pensando que esa persona es y será así para siempre. Esto pensaba. Esto comía. Así se quedaba mirando lo que le gustaba. En esa silla se sentaba mientras posaba su mano en la mesa para escucharme. Y si esto pensaba, es normal que lo siga pensando ahora y no vale la pena que me pare a analizar si ha cambiado o si quizá todo este tiempo nos haya hecho diferentes a los dos. Tendemos a adoptar, por pura necesidad, una visión inmovilista de nosotros mismos; un pensamiento que nos tranquiliza y nos permite vivir la fantasía de lo inamovible. Pero sucede constantemente lo contrario. Los que nos rodean cambian a distinta velocidad que nosotros y llega un día que nos son irreconocibles y, en la ausencia de gestos que consideraríamos clásicos por su parte, se apodera de nosotros una tristeza asfixiante como la del que, en un día nublado, busca cielo azul en los resquicios del horizonte.