12/4/13

Paseando con Alba esta tarde me he dado cuenta que ha crecido. Ella me sigue dando la mano para cruzar los semáforos y yo cojo la suya pensando en que es el final y que dentro de poco ya no la necesitará o simplemente no me atreveré a dársela por miedo a que se quede en el aire extendida esperando la suya. A veces creo que todo cambia en un segundo, en el tiempo que tarda una luz en apagarse para que se encienda otra. Hace once años salí con ella en brazos de un quirófano y hoy dudo sobre cuándo cortar las cuerdas o cuándo se deshilacharán ellas solas haciendo que todo lo relacionado con su infancia pase a las dudosas cámaras acorazadas de la memoria: la presión justa que debían hacer mis manos para subir los bordillos cuando la llevaba en el cochecito, el tiempo que debía transcurrir entre una cucharada y otra que viajaba hacia su boca, los nombres que nos inventábamos para jugar a las hadas debajo de su cama, la letra exacta de la canción que le cantaba para calmarla cuando lloraba. Todo eso se ha ido y a la vez vuelve de repente una tarde cualquiera esperando un muñeco verde que se enciende para decirme que hay que avanzar.