1/4/13

Los profesionales de la simpatía han tomado el mando. Ayer me encontré con un conocido del mundo de la publicidad. Uno de esos que han decidido no pasar de los treinta aunque ya hayan cumplido cincuenta. La publicidad tiene su propio folclore y sus propias folclóricas, que no hace falta que sean oriundas de Utrera, en este caso muchas son de Malasaña. Su tinte de pelo y su sonrisa comercial me dijeron enseguida que seguía siendo el mismo. Como yo no tengo los dientes tan bonitos como los suyos sonreí menos. También porque el personaje nunca me mereció mucha admiración, solo el mérito de los que sobreviven a cualquier precio y por encima de todo. Sé perfectamente que no le hizo gracia encontrarse conmigo y que tenía varios mails de trabajo que había decidido no contestar. En su escala de prioridades solo están los que le pueden beneficiar, los que le pueden adular o los que en el futuro les podrían dar trabajo. Como no me encuentro en ninguno de los tres apartados no existo. Me parece bien. Las cosas son así. Entonces, ¿por qué esa falsedad, esa sonrisa, ese cómo te van las cosas? ¿de qué me sirven? Seguramente de nada. La única utilidad (por utilizar una palabra aproximada) sería para su conciencia, que seguro que a estas alturas no brilla tanto como su dentadura. En fin, querido x, la próxima vez que me veas hazme un favor: no me digas nada.