7/4/13

Durante el sueño no funciona el sentido de la orientación ni las normas básicas de cortesía que se aplican en la vida real. Nadie soñando cederá el paso a otra persona al entrar en un ascensor ni se cuidará de no efectuar contacto visual con ella en tan reducido espacio. Esas cosas pierden sentido en nuestra existencia onírica así como el sobrepeso, las matemáticas, las dudas sobre reformar o no la cocina o si tenemos suficientes prendas de entretiempo en el armario. Mientras soñamos vivimos otra vida, la otra gran vida que no está sujeta a la cortedad y a lo prosaico de esta. Los asuntos importantes se convierten en importantes de verdad: la relación con nuestra conciencia, la verdadera naturaleza de lo que recordamos, la infancia, la muerte, la soledad, los miedos, el olvido, la eternidad, la ferocidad de lo que sentimos, la rabia, la crueldad, la cobardía, la gloria. Soñando no engañamos a nadie. No hay imágenes públicas que proyectar ni temor a ser rechazados. Ni incluso la obscenidad es entendida tal y como es manifestada durante el día sino como un río espeso y dulce en el que abandonarse flotando. Sería bueno disponer de un currículum de nuestra existencia nocturna. Un hilo que poder seguir para comprender mejor lo que somos. Confrontando ambos documentos, el real y el soñado, llegaríamos a conclusiones más acertadas de por qué hacemos lo que hacemos o cómo nos hemos convertido en esos que tanto nos cuesta reconocer cuando vemos su reflejo en el cristal de un escaparate o en la mirada, siempre enigmática, de los que tenemos al lado.