13/3/13

Facebook promueve la amistad pasiva. Antes de que existiera, cuando un amigo tenía un hijo ibas a verle a la clínica y le dabas la enhorabuena. Había veces incluso que cogías al bebé en brazos y podías sentir su olor de recién nacido. La habitación estaba llena de flores y el rostro de la madre absorbía deliberadamente toda la luz que entraba por la ventana. Tú estabas ahí, de pie, emocionado y orgulloso de ser testigo de la mayor hazaña de la humanidad. Ahora hacemos todo eso posando un dedo en una pantalla. Esa es toda la fiesta, todo el ruido. La nueva vida es un pasillo muy largo con ventanas. Vas pasando y vas certificando la existencia de los demás: sus perros, sus días en la playa, sus cumpleaños, sus casas, sus parejas que van cambiando pero de las que ya solo conoces una imagen que imita el movimiento de los ascensores en la pantalla de tu ordenador. Esto no es un manifiesto para que regrese el viejo orden. Sería ridículo. Solo es nostalgia y rabia. La de comprobar a medida que creces que el mundo no es el mismo que cuando llegaste, que tus referencias solo son puntos que el propio horizonte va borrando para que quepan las de los demás. La realidad conjuga en gerundio todos nuestros verbos y nos pone en las manos el único tesoro posible: la espuma de la ola que nos acaba de golpear.