7/2/13

Fuiste al trastero a por el vestido de novia pensando que no te cabría, con miedo a que el espejo te llevase la contraria y te pasase por la cara todas las hojas del calendario que nuestros enemigos arrancan por nosotros a diario. Yo saqué los platos buenos y las niñas se pusieron los vestidos que les compramos esta navidad en H&M. Querían estar a la altura. Gracias por no ponerte triste, por estar allí y hacer que fuera la mejor cena de aniversario y también por no dejar que una parte de ti viajase sin querer a una trattoría de Florencia y ante unas velas esperar que la persona que tienes delante, sentada y mirándote, te ofreciera una realidad superior, unas vistas más afortunadas que las que observaste al parpadear de nuevo dos veces y que te dijeron que estabas en el comedor de casa. Pero decidiste quedarte aquí y además el traje te abrochaba y sentados los cuatro a la mesa tuve por un instante la fantasía infantil de que éramos indestructibles, invulnerables a los lametones agrios del tiempo o a la desidia que siempre nos elige los peores zapatos para las distancias largas. Después de la cena dijiste que querías bailar. Me obligaste a rebuscar entre los discos hasta que encontré la canción de Frank Sinatra con la que abrimos el baile entonces. Sonó Strangers in the night y me pareció que esta vez realmente hablaba de nosotros: dos personas solitarias que se encuentran en la noche y que no saben que el amor está a la insignificante distancia de una mirada.