29/8/12

Agosto me invita a sus exequias. Me lo dijo el viento que corría por aquel solar a la salida del hipermercado. La caja tendrá acabados en azul sin fin. Alguien irá a por velas a mi infancia o incluso mucho más atrás. Habrá silencio: el mismo de las hormigoneras de la obra cuando íbamos al coche: sedentes, casi taciturnas en su inmovilidad, demostrando que el acero también puede ser sagrado. No es necesario que nadie presente sus respetos. Se prohíben los crespones negros y la circulación de caballos con penachos. Esto no es Gran Bretaña ni nuestro romanticismo da para tanto. En su lugar se colocarán máquinas de agua en las esquinas y músicos intimistas que silben sus cosas. Y molinillos de viento y jarras de limonada enterradas en hielo antártico y hombres bala venidos de otros mundos. Es la fiesta de algo que muere. Su cadáver nos deja a cambio la memoria llena de enseres imaginarios que durante las tardes de invierno nos entretendremos en clasificar.

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