28/7/12

Cuando salgo a fumar les escucho. Viven en el piso de arriba y dejan la puerta del tendedero abierta por la noche. Quizá fumen como yo pero sentados a la mesa de la cocina. Un hombre y una mujer. La voz de él resuena densa. Su dicción es precisa, diría que hasta pasada de moda. La de ella suena a castellano de otro país, centroamericana, quizá de Venezuela. Sus palabras son pausadas y suenan dulces. La musicalidad consiste en que no busca la perfección: su forma de decir resulta impresionista, algunas palabras incluso mueren a mitad de camino y se superponen con otras que nacen de su boca sin ansia. No podría asegurar de qué hablan. Lo que sé es que no discuten. ¿Qué harán mientras se sucede la conversación? Imagino la mesa con muy pocas cosas. Un cenicero en medio. Una taza en la que se sumerge una infusión adelgazante cuyo hilo ella sube y baja mientras las palabras del hombre se solidifican en el aire creando arquitecturas que la mujer admira, fortalezas en las que sentirse a salvo de los horrores desconocidos que traerá el tiempo. Creo que no tienen hijos. Tampoco perros o gatos. Durante el día no hay mucha información de ellos. Ningún ruido delata su actividad, ni el sonido exagerado de un televisor durante la siesta o voces ocasionales, disputas, incluso los silbidos o canturreos que suelen acompañar a la mayoría de actividades maquinales. Sólo hablan de noche. En verano, cuando me cuesta más dormir, salgo al tendedero a fumar. El ritual siempre es el mismo: tras la primera calada me asomo y miro el cielo, después bajo la vista hasta el suelo embaldosado del patio. A continuación ya no tengo que hacer nada, todo sucede dentro y por su cuenta. Mi cabeza es la que fuma y también la que me empuja a abrir ojos y oídos en busca de los que hablan, porque la mirada interviene de forma activa mientras escuchamos: hace palanca, hace presión, planta un trípode invisible para que nos apoyemos, es la que coge a hombros al oído para que nos cuente lo que hay al otro lado de la tapia. Un hombre y una mujer luchan contra la soledad en el piso de arriba de mi casa. Su forma de quererse consiste en poner cada noche un tren de palabras en marcha.

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