11/5/12

La memoria comete excesos que después la literatura se encarga de agigantar. No sé por qué ahora sale todo esto: la muerte de mi abuela y el empecinamiento de querer reconstruir los hechos, esta voluntad enfermiza de ser notario invisible en otra época. Cada vez estoy más convencido de que un escritor solo escribe un libro en su vida. El mío empecé a construirlo el día que se murió mi abuelo. De momento no hay nada: hojarasca y caminos falsos que me desesperan. Muchas veces he pensado en abandonarlo todo y buscar otros polos magnéticos. Es imposible. La fuerza que desprenden esos hechos me arrastra al abismo de continuar. Mis ratos de ocio los paso entre muertos, observando, respirando la estela apagada de sus existencias. Preferiría otros entretenimientos pero no puedo elegir. Es éste y no otros. Esta nube negra que me acorrala en un pasillo y me conmina a descender y descender hasta el límite de las profundidades. Espero un renacimiento. Detrás del escenario deben sonar las cítaras y los rayos de sol deben extenderse como la mantequilla de la infancia. Los excesos de la memoria conocerán su fruto.

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