20/5/12

Escribía y lo guardaba todo en una carpeta rígida de color azul jaspeado que tenía cantoneras y refuerzos en el lomo. Tenía dieciséis o diecisiete años. Como todavía no existían los ordenadores escribía en una Olympia portátil de color blanco. La carpeta luego la guardaba en mi armario empotrado. Mis padres oirían el ruido de las teclas por la noche pero más allá de esta información no se hablaba del asunto. Un día, al abrir la carpeta, vi que una de las poesías tenía una corrección hecha con un bolígrafo rojo. Era una falta de ortografía y pude reconocer al instante la caligrafía de mi padre: antigua, sobria, insultantemente seria respecto a la mía. Ver esa corrección hizo que se me acelerara el pulso. ¿Qué tendría que hacer a partir de ese momento? ¿Hablar con mi padre? ¿Decirle que no curioseara en mis cosas? ¿Agradecerle la corrección? Pasaron los días y se mantuvo el silencio. Ninguno de los dos dijo nada. Ni en ese momento ni años después. Creo que le siguieron otras lecturas furtivas y otras puntualizaciones hechas siempre con tinta roja. Supongo que aquello se convirtió en una especie de conversación, una relación masculina y tosca en la que mi padre intentaba un acercamiento. La torpeza de uno y la timidez del otro hicieron que nunca saliera el tema a la luz. Años más tarde me fui de casa. Tenía veintitrés años. Entre lo que me llevé estaba esa carpeta azul llena de poemas malos y textos poéticos inclasificables. No hace falta añadir que la temática era desquiciantemente amorosa, insoportablemente afectada, como suele ser a esas edades. Después llegaron los ordenadores personales y la carpeta azul perdió protagonismo. Hace diez años la tiré. Las mudanzas son las mejores excusas para avanzar y soltar el lastre que nos mantiene agarrados con fuerza al pasado. No tuve la tentación de abrirla y releer: me hubiese avergonzado y quizá la nostalgia hubiese obrado en contra de mis intereses. Todo fue a la basura, las correcciones, mi vanidad, mi soledad que hablaba con eco, la estupidez a la hora de plantear mis sentimientos y ese hilo vibrante y sordo que viene del pasado y todavía me acompaña.