21/5/12

En los dibujos animados que veo con Mireia aparece un ratón que le pone un pico de plástico al gato que le persigue para que un cuervo le confunda con un semejante del otro sexo y así se enamore de él. Mi hija celebra la confusión riendo fuerte. Mientras veo escapar atropelladamente al gato pienso en las veces que nos enamoramos de personas que confundimos con otras. Un simple pico de plástico nos hace soñar. Es tal la necesidad de amor que miramos hacia otro lado y no vemos a la persona sino el ideal al que nos empeñamos en presentar nuestras ofrendas. El cuervo llevaba una vida solitaria pero tranquila, subido día y noche a su poste del teléfono, hasta que apareció el señuelo. ¿Creería realmente que era una hembra de su especie? ¿No advertiría que detrás del disfraz se escondía un gato? La coartada está en que besaba como muchas veces hemos besado en madrugadas inquietantes y bares oscuros, en coches con cristales empañados, en calles recién regadas, en apartamentos en los que sabíamos que nunca llegaría la mañana siguiente, en barrios desconocidos junto a camiones de la basura que bufaban cansados. El amor nos ofrece muchas veces lo que queremos a costa de lo que no necesitamos.