20/4/12

¿Cuánto tarda en morirse una persona? Me lo pregunto mientras pienso en el tiempo que estuvo mi abuela esperando su muerte tumbada en la cama y sin conocimiento tras sufrir una insuficiencia coronaria a comienzos de verano en 1971. Se sintió mareada y se tumbó. Quizá dejara ropa por tender o algo en la cocina, un tomate partido o un pescado que iría perdiendo brillo a lo largo de las horas y a cuy...o ojo ladeado me gustaría asomarme ahora para leer el resumen de su vida escrito por el miniaturista imprevisible que ordenó su fin. Todas estas consideraciones son arbitrarias. Los hechos descansan dentro de un círculo hermético que desapareció con ella. Su alma. Su recuerdo. Su memoria. Palabras que, dependiendo de la época, han ido cambiando y superponiéndose para ofrecerme trozos de verdad que después he mezclado con otros detalles reales e imaginados como el de la tarde -semanas después de que ella ya no estuviera- en que fuimos a su casa para abrir armarios, sacar ropa que se iba amontonando en su cama mientras me contemplaba reflejado en los espejos ovalados que al girar dejaban ver una ventana abierta y más ropa desplomándose inerte: sus cosas, todo lo que empezaba a ser de nadie y que, en mi cabeza, se convertía absurdamente en comida vomitada por un lobo en medio de un bosque negro.

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