12/3/12

Un sistema se mide por la interacción, la eficacia y, sobre todo, por el uso. Un sistema de palabras organizadas y aumentadas periódicamente tiene pocas opciones a la medición. ¿Quizá el número de personas que periódica u ocasionalmente lo siguen? Hace ya dos años coloqué aquí un contador de visitas. Debo decir que los números me dejan frío. Me agradaría más un espejo o una web cam para que los lectores se hicieran fotos cuando entran aquí. Y otras cosas que la realidad no me permite: poner una mesita a la entrada con vasos de agua, refrescos o deliciosas copas de esas botellas de cosechero que he descubierto hace poco, sillas, mantas de viaje para el invierno, una nevera con fruta, libros, fotografías antiguas, guantes, una guitarra para los más sentimentales. Lo virtual ilumina, pero decepciona. Cada vez soy más escéptico en lo referente a las plataformas sociales. Al final mi fobia se convierte en fobia online. Veo las mismas plazas públicas llenas de obviedades, de conversaciones y pensamientos prosaicos que me hacen enmudecer y retirarme a un rincón. Lo bueno de este blog es que no me obliga a nada, y mucho menos a la conversación. Llego, abro la puerta, enciendo una mínima luz y escribo. Todo sucede de forma sencilla. El proceso no pide pan.
Pero llegan días en que, de puro aburrimiento, te fijas en el decorado minimalista. La verdad es que hay muy poco con lo que distraerse. No pongo fotos de gatos ni de viajes ni de parientes que viven lejos, tampoco de mujeres mirando el mar ni mariposas ni noches con luciérnagas. Los amantes de Paulo Coelho se desilusionarán mucho si pasan por aquí. No doy opción a las buenas energías ni a la búsqueda perdiguera y voraz de ningún yo. Solo hay lo que se ve: espacio en blanco y columnas de palabras que han cogido la manía de perpetuarse o perseguirse a través de la nada. Pero hay días en los que no tengo más remedio que fijarme en tonterías: por ejemplo, ver cómo avanza el contador de visitas. ¿Le supone homenajes a mi ego? No lo sé. Hace algunos años que lo siento adormilado, resabiado o simplemente harto. Su morfología de cola de pavo real ya no sorprende al dueño. La edad, los terribles años, acaban con lo bueno y con lo malo. Lo que queda después de esa batalla lo suelen llamar experiencia, pero creo que tampoco sirve de mucho.
Hoy esos números habían sobrepasado la cifra de 85.000. ¿Hasta dónde llegarán? Si los visitantes que pasan por aquí formaran una fila no sé hasta dónde llegarían. Habría que hablar en manzanas y en cuadras, porque me consta que hay curiosos de otros continentes que también usan esta lengua.
Creo que la vanidad no tiene nada que ver en este asunto. Hablo desde la perplejidad, y puedo decir que sentado en ese trono soy una autoridad mundial. Quizá esa misma extrañeza sea la que me empuja a no dejarlo, a continuar el empeño infantil de correr con la lengua fuera hasta que las piernas no puedan más. Esta filosofía de gimnasio de barrio es lo más elocuente que le puedo ofrecer a mi alma. Hay que seguir, aunque sea por el puro placer de la mecánica, de extasiarse ante el movimiento de una biela o las aspas de un molino. La vida se hace de esas trampas.
Cuando supere los cien mil visitantes pensaré algo especial acorde con mi presupuesto y mi estado de ánimo. Que nadie piense en una fiesta, no lo soportaría. Bueno, pero para eso afortunadamente queda tiempo. Lo único que sé es que amo el camino; para lo otro ya se me ocurrirá algo.

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