13/11/11

Los exploradores no piensan en la inconveniencia del olvido. Cabeza de Vaca no arrastraba las botas por la proa de su barco pensando en las calamidades del paso del tiempo ni en cómo la niebla lo acaba cubriendo todo: los gritos en cubierta, los rostros admirados al descubrir una línea de tierra en el horizonte después de meses de oscuridad en los que el mar cada vez se parece más a la palma de una mano inquietante que se va cerrando hasta la asfixia, tampoco en el sonido de los hierros que cubren los cuerpos de los hombres al desembarcar ni en el de sus almas avariciosas que lo borran todo: lo que antes valía, las leyes morales del lugar de partida e incluso la fe guardada en una caja que se resisten a abrir y piensan inútil allí tan lejos. En la cabeza de los exploradores solo funciona el presente continuo, ese hilo tenso que nadie sabe dónde nace ni cuándo se desvanece. La escritura (porque cuando la hago tiene ese nombre y no otro oficial) es un mar análogo al de aquellos. Las botas se arrastran por otras maderas pero las sensaciones son hermanas. ¿Qué se descubre o qué se espera de la travesía? Lo desconocido, solo eso. Quizá sea el estúpido placer de la exploración o el momento en el que se está alejado de todo y cerca de la voz de uno que hay que perseguir de puntillas sin que te vea. A veces escucho la mía, a lo lejos, tan débil que se podría caer en la trampa del estremecimiento. Pero no son espejos lo que se busca ni tierras fáciles llenas de nativos que asientan con la cabeza cualquier pirueta o abran la boca ante el brillo de la bisutería. Se espera encontrar la parte de oro de la que nos hablaron al nacer, por eso las velas, por eso los monstruos y el hechizamiento con el que se afrontan las jornadas, todas iguales, todas bañadas por la luz de la podredumbre que desfigura el camino para que no llegues. Hay exploradores célebres. Luego están los olvidados, los que desaparecieron un día, una tormenta, la mano del viento furioso que dijo vete, se acabó tu tiempo aquí. Acabar en un libro o en una estatua no es el objetivo. El fin sagrado de todo esto es avanzar, querer llegar, soñar con un espacio perfecto que albergue las contradicciones como un guante. Y hasta eso cansaría y habría que zarpar de inmediato para que las telarañas no lo cubriesen todo. Cabeza de Vaca creció huérfano. Puede que esa condición le impulsara como a los que se sienten solos e intentan buscar sus raíces a base de palabras. Este es mi mar, mi nave y mis excusas apiladas de menos a más. El blanco oleaje de la luz uniforme no desvela a penas nada. Aquí no hay horizontes ni destellos que indiquen la dirección. Se viaja solo, envuelto perfectamente en tu miedo que todo lo confunde poniéndole negrura en las partes más amables y al revés. El olvido solo es una consecuencia de haberlo intentado, de haber vivido y estado, de haber pisado la madera antigua o imaginaria de un barco que existió gracias a que un día fue contado.

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