21/9/11

Se levanta pensando en algo que llaman alma. La palabra, pronunciada mentalmente, le rebota por dentro como una esponja seca. Le gustaría sentirla como los demás: ramo de flores frescas, mantequilla, un bulbo candente que permanece invisible a los primeros vistazos o al manoseo rápido en un cajón. Siente que lo que escribe debe tener esa palabra esponjiforme, floriforme, todo eso. Debería ser asible como el resto de las otras cosas con las que se cruza al cabo del día. Un alma con asa en la que tomar café. Almas a las que agarrarse en la tormenta. Qué pena que no se vea. Y aun así se levanta pensando en ella y en cómo conseguir que salga y se asome, que muestre las patas o las alas o el aura. Si pasara eso no podría contener la risa. ¿Quién podría al contemplar la luminiscencia perfecta, pasmosa, flotante? Posiblemente sea una forma de hablar. Alma lugar común. Alma jardín trasero al que no se puede entrar porque la puerta está atrancada. Los que le rodean le aconsejan que la busque y la ponga entre las palabras que escribe. Imagina un campo de flores de lavanda. Se imagina muy quieto esperando que salga o que pase algo, que los pétalos se desintegren y vuelen hacia lo blanco. Los que le rodean intentan ser constructivos. Intentan ayudar. Siente sus manos empujándole a ciegas. Hacia el torbellino. Hacia la máquina cortadora de panes gigantes. Hacia las cigarras que pululan entre las moradas manchas de las lavandas meciéndose en su imaginación. Hay que atrapar el alma de las cosas. Puede que se refieran a la verdad. O a una idea insoportable que tienen de sí mismos, tan inalcanzable como nubes sopladas hacia arriba. Sin embargo se sienta y lo intenta. Cuando no se sienta lo hace por la calle. Recorre aceras dejando caer miguitas de letras que los pájaros rehuyen. Cuánta sabiduría desaprovechada. Abre una lata de melocotón en almíbar y recuerda las palabras de su abuelo. Era un chiste sobre la fe. Fe son melocotones en un bote. Desde ese día no puede abrir una lata sin acordarse. Creer en lo que no se ve. Como le pasa al alma: invento intravenoso de sombras histéricas, lugar al que no se accede ni con linternas. En el alma no hay oxígeno. Nada la rodea. Está dentro. De él y de todo. Sal, le dice a voces. Sal, le dice al oído temblando. Déjame verte. Por la noche se acuesta bendecido por la casualidad. Es su ángel de alas sucias. Se posa un rato en la ventana y luego se marcha a sus otras cosas. Cuando cierra los ojos insiste en la búsqueda blanca. Cae por toboganes rápidos y luego cascadas y ascensores que se desploman y perforan la tierra hasta lo más oscuro y caliente. Pero no llega. No aparece. Del sueño sale con manchas y la piel rasgada. Cada noche es una guerra que pierde. Amanece siempre prisionero o muerto, aunque con una minúscula esperanza prendida de algún lugar desconocido de su mirada.

No hay comentarios :