13/9/11

Otra vez me he levantado de la cama en sueños. Creo que se debe a que me tomo las cosas demasiado en serio. Me refiero a mi vida, mis hijas, el lugar que ocupo o debería ocupar en el mundo. Todos estos intangibles hacen que algunas noches me levante en medio de un sueño (sería más realista llamarlo pesadilla) e intente defenderme de algo. Según Nuria, en esta ocasión cogí la almohada y con las dos manos intentaba expulsar de la habitación a alguien o algo. Estaba de pie, frente a la ventana. Me gustaría estar justo enfrente para poder ver mi rostro y si permanecía con los ojos abiertos o cerrados. No sé qué hora sería ni si existe un tiempo propicio para estas manifestaciones. Agitaba la almohada para impedir el paso a un ser imaginario que quería entrar. ¿Cómo sería? Es una lástima que el recuerdo onírico se desvanezca tan pronto. Daría lo que fuera por poder ver esa presencia fabricada a mano por mis miedos. Tendría alas. Serían varios. Una manada. Un ser de fuego. Su cabeza sería la mía pero quemada. Una sombra camuflada en la oscuridad de la noche como se camuflaría un diamante en la superficie del sol. No he tenido noticias del espectro. Nuria, mientras sucedía, me observaba sentada en la cama y sin saber qué hacer. Nunca se conoce el protocolo. ¿Hay que hablar con el sonámbulo? ¿Obedecería a razones en tal estado? Vuelve en ti. Sal de mi marido. O cosas perores y más ridículas que harían reír a mis hijas. Creo que optó por levantarse y darme despacio la mano, como el que acompaña a un niño desvelado por el pasillo después de haberle dado agua. Todo esto no se valora en el momento en que decides compartir la vida con alguien. Nadie le pregunta al otro, ¿hablas en sueños? ¿padeces pesadillas recurrentes que te hacen abandonar la cama de improviso y pronunciar frases inconexas a medianoche? Pero parece que el amor tenga los brazos muy largos y no necesite antecedentes ni más pleitesías que la propia aventura de existir junto a otra persona. Cuando me calmé volví a la cama. Esta mañana me he despertado sabiendo que había pasado algo. Era consciente del suceso pero no de lo sucedido. A los pocos minutos Nuria me miró y entre risas me dijo lo que había pasado: los fantasmas habían vuelto a visitar al príncipe Hamlet del pijama de verano. No sé qué querrán. Quizá solo diversión, no dejan de ser una parte de mí que por el día vive sepultada en el sótano de la realidad esperando horas propicias para salir a la luz y jugar conmigo. Agradecería amenazas reales más que éstas. Luchar con un dragón o manejar una espada de hoja pesada con la que defender la integridad de mi familia. Pero es lo que hay. Tiempos insulsos en los que la épica parece un cachorro abandonado en medio de todo esto: los cables, los amigos virtuales y el olor a desinfectante de supermercado que dejan tras de sí la mayoría de los días.

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