12/9/11

La visión de la que hablaba ayer (solo un reflejo anaranjado en una tela) me ha acompañado también las primeras horas de hoy. Los movimientos más profundos de la vida van acompañados de señales muy simples, casi desapercibidas a ojos de los menos observadores o de quienes se ven invadidos por el desasosiego cuando miran hacia otro lugar que no sea afuera. La contemplación de esa señal duró apenas dos segundos, los suficientes para que se crease una emoción desconocida que empezó a caminar por dentro y a crear su propio mundo. Pude sentir los hilos. Una materia nueva se expandía a la sombra de mis pensamientos. Supongo que las arañas operan así. Sus telas se van tejiendo de la nada y permanecen invisibles salvo cuando el sol las ilumina de plano y la geometría de sus filamentos brilla en el aire. Es una estrategia para sobrevivir, una trampa, como lo son también ciertas sensaciones a las que tenemos acceso durante el día. Yo soy víctima de las mías o me enredo en ellas hasta encontrar un extremo del que tirar. La realidad permanece rodeándome sin decir nada. Pero a ratos tose y hace que su intromisión genere un nuevo punto de información. Siento que a su manera me dice, mira eso, ¿has visto? Las cosas a las que apunta suelen ser pequeñas. Al verlas me pregunto si los demás no las ven o si lo hacen pero no le dan importancia. Ayer me sentía como un rey con muchos elefantes, un personaje antiguo con una túnica labrada y quizás con una barba persa que despertaría admiración. Ese monarca observa el tiempo. Hace de eso su principal cometido y su mayor fuente de conocimiento. Y lo hace de la única forma posible: respirando despacio, dejando que la tranquilidad remanse los ríos ocultos de sangre hasta convertirlos en caminos rojos y blandos por los que se hace grato avanzar. Querer precisamente eso. Querer ser así y no de otra forma: no tesoros, no abanicos que esparzan polvo de oro y que traigan la promesa de la inmortalidad. Querer que la vida muestre en abundancia esos escenarios. Puede que esa sea la diferencia. La escritura es una condena. Primero te hace creer que has descubierto un planeta nuevo y después te obliga a habitarlo. Mete tus bártulos, tu colchón y tu familia y haz el camino. Sé un explorador que nada tiene y a todo se enfrenta. Y hazlo feliz, te dice, porque tu destino quizá sea único. Los que consideren que éstos son asuntos menores están en su derecho, como yo de glorificarlos o al menos de contárselos a ese individuo imaginario que aparece algunas veces en el brillo de la pantalla del ordenador. ¿Soy yo? ¿Lo sería si tuviese más capacidad de observación o si mi curiosidad fuese más contundente que el hastío que siento ciertas horas y que me hace parecer un pez lastrado por una pesa que arrastra atada al lomo?
Espero que dure y que mis ojos no acaben nunca de acostumbrarse a las visiones. Da igual que sean reales o producto de ensoñaciones o simples manifestaciones de una realidad interior que nunca llegaré a comprender del todo.

No hay comentarios :