26/9/11

Me agarró otra vez la cosa esa, lo que algunos llaman poesía y que sigo sin saber qué es, si la simple concatenación de palabras en párrafos cortos o esa sensación indefinible que cuece por dentro algunas veces, pocas, contadas, en las que el juego oficial consiste en agarrar algo por unos pelos inexistentes antes de que solidifique y se convierta en material fosilizado. Pero me agarró. Pasa. ¿Qué puedo hacer? No me enorgullece ni siento la necesidad de ser inmortalizado al óleo en lo alto de un risco con el pelo al viento. Por lo general ocurre en casa cuando casi nada más ocurre. No puedo aportar una explicación más académica. Creo que el secreto es dejar que sea así. Como mucho cabe alegrarse si compruebas que esta vez te has sentado un poco más en el centro, justo debajo de las brasas. Tiene que doler. No sabría explicar en qué consiste la poesía. Solo sé que duele. Si consigues aguantar mucho tiempo ganas. Si te levantas pierdes. A los catorce años escribía poesía con fines sentimentales. Metía un folio en la máquina de escribir como el que rellena un talón. Escribía para que me quisieran, para ser admirado, para enamorar. Muchas veces esos folios cumplían su objetivo, pero no porque lo que allí hubiera fuera poesía sino por la intención. Las mejores intenciones lo salvan todo, lo maquillan todo tapándonos los oídos para que no escuchemos la verdad. Era tanta la facilidad que pronto se convirtió en un deporte aburrido. Las palabras se vaciaban y yo con ellas. Pasaron muchos años para que volviera a la carga. Se fue la juventud y vino otra cosa que de momento también desconozco Ya desaparecida la necesidad narcisista comenzó otra búsqueda, ¿pero de qué naturaleza? Puede que trozos de espejos en los que descubrirse o exploraciones destinadas en su mayor parte al fracaso. Me gusta pensar que más allá del yo se encuentra la simple y humana alegría del canto, de la celebración de continuar vivos y de que en ciertos momentos nos sorprendan fragmentos de belleza que podamos ordenar con cierto sentido. La habilidad no sirve de nada cuando hablamos de poesía. Ni la técnica. Ni casi el gusto. La poesía es un misterio como lo sería el estallido de un relámpago para un hombre de la prehistoria. Y sigue siendo así. Y sigue provocando ese aparato eléctrico en el cielo de cada uno.
Este fin de semana se encendió la luz. No hay que asombrarse ni salir corriendo ni poner una voz impostada. Son cosas que pasan. Cuando me muera echaré de menos esas apariciones. Lo peor de la muerte debe ser eso. Me gustaría ser enterrado con ellas, como los faraones que se hacían enterrar con sus riquezas: en una caja yo y en otra pequeña el destello miniaturizado de esos relámpagos que iluminaron mis mejores días. De momento aprovecharé lo que venga y procuraré pasarlo a limpio. Que conste. Y que permanezca si debe hacerlo. Mi narcisismo se ha hecho mayor y quizá haya aprendido algunas cosas, pero sigue mirándose en el mismo espejo.

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