29/8/11

El verano muestra signos de decaimiento. Lo noto en las pequeñas disensiones de la luz con las sombras, resultando éstas más firmes y decididas a adueñarse de los trozos de césped que le ganan a aquella. Para los no observadores todo se reduce a que es 29 de agosto, solo dos dígitos que le dan la razón a la lógica. La versión prosaica de estos fenómenos poco alcanza: el agua de la piscina está más fría y al salir tienes que correr a por la toalla. También está la confesión de que esta noche alguien tuvo que cerrar la ventana de madrugada. Pero estas declaraciones no me sirven. Casi me entristecen más por lo poco informativas que resultan. Sentado o apoyado en una barandilla que separa lo verde del cemento me pongo a descifrar las sensaciones de los niños que juegan cerca. Las ruedas de las bicicletas giran más despacio y hasta podría asegurar que emiten leves quejidos, quizá como desaprobación por la muerte próxima de lo que fue grande y bueno y que hasta hace muy poco tenía forma de corona suspendida en el aire. Las sombras ganan. Su pesimismo acierta. El esplendor retrocede o se vuelve introspectivo. Estos días dan ganas de ser solitario y mostrar gestos huraños: caminar mirando al suelo pensando en el por qué del movimiento de noria que realiza constantemente el tiempo. Hay que adaptarse. La costumbre recomienda evaluar y callar. Solo vemos un trozo de la curva, por eso sentimos la ansiedad del que espera una recta tranquilizadora, amplia y tan larga que dé tiempo a respirar. Pero no llega o no la vemos. Durante lo que dura la curva el cuerpo ha de estar inclinado hacia dentro, es física. La visión del mundo desde ese ángulo resulta poco esperanzadora, el horizonte parece una línea cansada que está dispuesta a clavarse en el vacío por mucho que aprietes los puños para que no pase.
Cuando deje de ser verano todo lo que veo ahora desaparecerá. La hierba crecerá y será cortada. Otra parte se secará, y hasta los pájaros que esporádicamente se alimentaban con los restos de migas de los bocadillos tomarán rumbos más adecuados para su supervivencia. Vivir es un deporte devastador y enfermizo. Hay que asistir a la misma obra con la obligación de verla con nuevos ojos. Me cansa la gimnasia de las caras asombradas. La mía, pero más las ajenas. Creo que el verano me ha contagiado su decaimiento sin querer. Debería correr a casa antes de que los caballos de Carmina Burana me alcancen con su parafernalia. Umbra omnia vincit.

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