6/6/11

Otra vez nada. Otra vez el verano que se asusta de sus obligaciones y permanece escondido tras la esquina del tiempo. Mis hijas lo llaman. Hinchan sus pulmones y después lanzan las letras de su nombre, que salen dando vueltas, mareadas y confusas, intentando que así se tumbe dócil en la hierba de la piscina para jugar a sus cosas. Como no funciona el plan le soborno. Voy adonde está y le entrego un fajo de billetes sucios que cuenta con un movimiento rítmico y huraño de dedos, todo lo contrario a lo que las niñas imaginan. Péinate, vamos, y lávate la cara, le digo. Gánate el respeto de tus predecesores, haz como esos otros de los cuadros. Quiero que seas La danza de Matisse, si no eres capaz de tanto me conformo con un Sorolla, aunque no me guste, aunque me canse como un té aguado en casa de mis tías, pero al menos esa luz sería de mis hijas como el que abre un paquete de mantequilla y sonríe mientras esa parte más inocente de la mirada patina sobre la masa amarilla. Mis alternativas no le inmutan. Sigue camuflado detrás de las plantas artificiales de una sala de espera. Esa sala es la vida. Lo pienso pero no se lo digo a ellas. El verano se sienta y hojea una revista de hace un año. Mis hijas y yo le observamos desde el pasillo. Una enfermera nos dice que no podemos estar allí y empuja el aire que nos rodea con las manos para que nos vayamos. Su movimiento es tan dulce que nos dan ganas de ser los que danzan en el cuadro de Matisse: cuerpos alegres que bailan en círculo cogidos de las manos. ¿Y si esta estrategia le estimulara? ¿Y si así soltara la revista e hiciera lo que debe hacer? Pero tampoco. A cambio solo recibimos una mirada de alguien que está a punto de ser operado. Sus párpados arrugados parecen contener la información de la suma de todos los veranos del mundo. Por un momento me paro a leerlos. Voy capa a capa. Despliego con mimo los dobleces para repasar las imágenes que vienen encriptadas. Mis hijas no saben lo que intento. Corren por el pasillo desierto ajenas a mi labor. Quiero encontrar uno bastante antiguo pero como no sé el año exacto voy pasando páginas de carne con la esperanza de encontrarlo. El verano se deja como si fuera un perro que sabe que tiene garrapatas y busca un alma buena que se las arranque. Soy tu alma buena, le digo susurrando, estate quieto y acabaré tan pronto que no te darás cuenta y podrás volver a tu revista y todo esto habrá sido sueño, nada. Papá, ¿qué le dices al verano? ¿Por qué te mira como si fuese tu perro? Le cuento a Alba que los veranos no tienen dueño, que por eso se asustan al principio y se esconden. Salgamos de aquí, dice Alba, los hospitales vacíos me dan miedo. Salimos. Fuera llueve con exquisita mesura. Parece que ciertas presencias amigables sujetaran tamizadores de lluvia bajo las nubes y que incluso empujaran a las condensaciones más voluminosas con el codo para que se apartasen de nuestro camino. Con el optimismo que nos provocan estos hechos caminamos de vuelta a casa. Para amenizar el viaje les enseño una foto de hace mucho tiempo que tenía el verano escondida en su párpado derecho. Las niñas se ríen al ver a su padre tan pequeño.

No hay comentarios :