24/6/11

El sábado me han invitado a una barbacoa en casa de Javier y Melisa. A Javier le conozco desde hace tanto tiempo que no sabría decir una fecha o un año ni creo que eso importase ni introdujese datos de algo que no supiésemos ambos ya. Siempre he pensado que las amistades de largo recorrido se explican mejor en ese continuum latino en el que el tiempo no empieza ni acaba sino que simplemente flota sobre todas las cosas con ese sonido de nota de piano que nunca decae. Una noche de comienzos de verano es perfecta para hablar de estos asuntos, cuando los estómagos están llenos de carne poco hecha y se crea entre los invitados una extraña alianza de eternidad en el disfrute del momento, en el ansia de congelar las palabras y comprobar que hasta lo presentido se escarcha en el aire creando islas que dan ganas de tocar. Si la noche es clara seguro que se podrán ver estrellas desde la azotea de su casa. Será bueno estar allí y no tener prisa. Quizá acabemos fumándonos un puro, más con el ánimo y la actitud de vagabundos que han tenido un golpe de suerte que como millonarios gordos de tebeo. No suelen ser puros caros ni tenemos un paladar exquisito ni mucho menos el pudor nos dejaría hacer comentarios sobre la densidad del humo o la pureza de la hoja. Se trata de encenderlo y mirar las estrellas o el paisaje que nos brinde la noche, que nunca se sabe. De Javier siempre he envidiado su alto grado de bondad: su porcentaje es más alto que el mío. Supongo que al nacer nos ponen a cada uno un tanto por ciento en la etiqueta y ese número permanece inalterable hasta el final. Desde que le conozco ha demostrado ser fiel a esa cifra y a sus principios por encima de todo lo malo que nos ha pasado, ¿cuántos podemos decir lo mismo? Lo es tanto y de una forma tan humilde que a veces es inevitable aprovecharse o no medir con precisión algunos actos en apariencia nimios pero que acaban resbalando como regueros de grasa quemada por el suelo de una relación. El que siempre perdona, el que siempre comprende, acaba teniendo más trabajo que el resto porque los demás saben que en su mostrador nunca habrá facturas hirientes o recordatorios subrayados en rojo que nos pongan en evidencia. Ser buena persona es una cadena perpetua. Debes soportar comentarios condescendientes y ser tratado en ocasiones como un niño de pantalón corto que no se separa de su cazamariposas. Pero cuando estemos fumando no hablaremos de esto porque la vida real, afortunadamente, se cuida mucho de imitar a la literatura. Si fuera así todo parecería una película francesa subtitulada de escenas interminables y una profundidad intelectual difícil de soportar. La risa se inventó para poder seguir viviendo, para cuando te quitas la mochila en medio de ninguna parte y te sientas a descansar: son esos los momentos en los que con más nitidez llegamos a comprender el sentido de la vida, los fáciles, los simples, los que no suponen condiciones ni posturas que defender. La amistad de Javier es una metáfora de todas las amistades del mundo, quizá un libro que las resume todas y las explica con sus pelos y señales y sus instrucciones abreviadas que tanto ayudan. Ya quiero que llegue el sábado y entrar en su casa, que seguro que huele como esas catedrales que visitaba cuando era pequeño.

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