1/8/10

Remotas crónicas de tradición oral de cuando la tristeza era niña y jugaba con un palo. Información transferida como emulsión genética, rica en gases innobles y fertilizantes no homologados, que llega hasta el presente sin un motivo pero con la lengua fuera.
Está tu abuelo. Está tu padre. Estás tú.
También se podría haber llamado “Los tres Luises”, título que desestimas pronto por provocarme una risa estúpida e imparable. Imaginas a abuelo, hijo y nieto con pelucas de afrancesados posando para un tapiz. O cada uno en una moneda: tres perfiles para deleite de numismáticos de domingo.
Esto es una empresa de tristezas. Tristeza & Asociados. Tristeza e Hijos. Tristeza, S.L. La tristeza como viento y nosotros como velas. La tristeza como logopeda de loros, sentada en una mecedora negra que hace mucho ruido; nosotros como las exóticas y apesadumbradas aves, repitiendo las palabras sin entenderlas. ¿Y para qué? ¿Para asombro de las visitas? ¿Quién visitaría la casa de la tristeza?
No es un tratado. Ni un ensayo. Ni un columbario de papel. Lo más próximo sería el género documental palabra en mano, palabras al hombro como fardos polvorientos que buscan su última morada. La tesis consiste en encontrar los hilos, desliarlos y que el tiempo siga fluyendo como hace siempre o que se pare donde se tenga que parar: allá él. En este empeño infantil hay un antes y un después, pero eso ya se irá viendo. Si consigues que los hilos recuperen sus caminos lógicos quizá haya valido la pena (pena: acepción española de la tristeza.)
Será una partida a tres generaciones.
Viajarás por planetas pobremente iluminados.
Comerás por el camino: los famosos fiambres de fallecido.
Perseguirás la luz, esa que hacía temblar a ascetas y exploradores (su persecución o búsqueda no implica que exista, el fin de la escritura es la exaltación homérica.)
Te encuentras a las puertas de una desconocida Jericó. A su entrada hay un aparcamiento para utilitarios de los años sesenta. Y puestos de pipas. Y tragafuegos con cáncer de laringe. Y está tu abuelo con su traje de gala del Ejército de Tierra. Y un fabricante de banderas rotas. Y tu padre, con su uniforme de alférez de complemento con sable incorporado. Y un dragón abatido que sujeta su mandíbula inferior con una actitud muy humana. Y a su lado estás tú. El dragón es el verdadero narrador o al menos el que te empuja para que cuentes. De su intención (o de su acuosa tristeza) nacerá el relato.

No hay comentarios :