2/8/10

El escritor se recuerda desfilando alrededor de una mesa de comedor, a los cuatro años, con una bandera de España sujeta por un palo de escoba. El padre del escritor ponía una marcha militar en un tocadiscos Philips (tipo pick-up) de madera oscura. El escritor recuerda la funda del single, una foto en blanco y negro de unos soldados de infantería. ¿Se titulaba "Marchas militares españolas"? No es capaz de asegurarlo, pero sí que esas palabras u otras estaban escritas en color amarillo con los contornos negros. Al escritor le gustaba imaginarse como soldado bajo la mirada de su padre, una mirada aprobatoria que quizá intuyera una futura marcialidad que nunca vino, que se perdió el mismo día en que la aguja del tocadiscos surcó por última vez aquel camino y permaneció siseando hasta hoy en un espacio de nadie, quizá en un purgatorio para sonidos olvidados. El escritor no era consciente (¿cómo serlo?) del significado simbólico de ese juego. Podría haber desfilado sólo con el palo de la escoba sin que ese matiz le restara diversión. El nombre en clave de este pasatiempo era "chunda-chunda". Papá, jugemos al chunda-chunda, le decía mientras le tiraba de la manga de la camisa o con leves palmotadas a la altura del bolsillo del pantalón. La mirada del escritor se perdía después en la vaharada de humo de tabaco negro que su padre despedía. El humo ascendía caprichosamente mezclándose al final con los brazos de la lámpara de techo. Después desaparecía y sólo quedaba el olor, que desde esos días sería asociado a la hombría, al hecho simple y casi natural de ser hombre.
Ahora el escritor lo recuerda o cree que fue así, exactamente de la forma en que lo cuenta. Cierra los ojos y reconstruye la escena. Los sonidos son más difíciles de ensamblar con el paso del tiempo. Pero las imágenes parecen muy puras. Nítidas. Hasta con una extraña corpulencia gaseosa que no sabe describir muy bien. Era invierno. Su mano derecha abrazaba el contorno del palo, madera veteada, del color de su pelo, de antes de que llegaran las fundas de plástico que revestían esos palos, de antes de que fueran sustituidos por palos enteramente de plástico. Sus pequeños dedos presionan la madera, la sujetan con una devoción desconocida. Si mira para abajo puede ver sus zapatos de cordones con suela gruesa. Lo que ya no es capaz de determinar es el sonido de sus pasos. ya no retumban. La escena va perdiendo volumen. Es un desfile mudo. Es el desfile del tiempo.

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