7/7/10

Cuando dejo de escribir aquí es como si la vida se parara. Sigo respirando, masticando, asumiendo, mirando, descansando si es que estoy cansado, pero siento que las funciones esenciales de mi otra vida se estancan. Alguien me toca en el hombro y me dice que qué hago parado en medio de una acera. Me dice que sea fiel a los hábitos, que son lo único que al final tenemos. Somos costumbres orgánicas. Paseo, apoyo a mi equipo, relleno formularios, ensayo caras de comprensión para cuando las necesite. ¿Quién soy? ¿Cuál de esas costumbres es la que me nombra? El verano está siendo como uno de esos amigos que llega a casa por dos días pero que nunca se va. El primer día está bien, hablas de lo mucho que le echabas de menos, casi no hay silencios en la conversación. Él, para demostrarte su afecto, hincha todos los flotadores de la casa. Pero al segundo día te averguenzas de que pasee por tu salón con esos ridículos calzoncillos. Vete ya, te gustaría decirle. Pero no lo hace. Está siendo cansino y eso que queda una eternidad para que recoja sus cosas y se vaya. ¿Qué hago mientras? Acabar de escribir un libro. Me siento en la mesa del comedor (aprovecho que mi mujer y mis hijas están en la playa) y dejo que pasen las horas. Escribo. Enciendo el ventilador. Dejo de escribir para pararlo. Bajo el toldo. Escucho las conversaciones de los vecinos del bajo. Una mujer le dice a otra (supongo) por teléfono que ya ha encontrado los zapatos para la boda. Se lo dice con alegría. Se escucha a lo lejos el ruido del agua saliendo de una manguera. Me quedo muy quieto cuando asisto al movimiento de la rueda dentada de la realidad. Me quedo con ganas de que Dios bendiga estos alimentos que me deja caer desde su cielo de vez en cuando. Mi dieta consiste en escuchar y abrir mucho los ojos.
Cuando dejo de escribir hago todo esto. Pero después, cuando he conseguido mantener entre los dientes a una presa, corro a este blog buscando el rincón más solitario para engullirla. Después me relamo y me duermo un rato sabiendo que tras el cristal hay gente que me hace fotografías para recordar esa época en la que les gustaba observarme.

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